Análisis Fílmico: El sargento Negro

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El sargento negro es una de las películas que mejor denuncia los prejuicios del racismo. Un buen alegato del gran director John Ford que se construye mediante una trama judicial y la reconstrucción de los hechos que se tratan en estos mediante un perfecto juego de flashbacks.

El personaje de Woody Strode, el sargento Runtledge es condenado por violación y asesinato. Pero además no se trata de un crimen como cualquier otro, sino que se trata de una afrenta contra la raza blanca, un agravio mayor al ser el violador un hombre de raza negra. El mensaje de hipocresía lo oculta Ford pacientemente y sólo lo notamos en  caras de los miembros del jurado hasta que Ford paulatinamente explota este recurso.

Mitad película judicial, Ford se adentra en este subgénero de una manera muy notable. Consigue crear un ambiente muy personal y único con un juicio a puerta cerrada y apenas unos pocos personajes. Para ello se sirve de interesantes recursos como una selección de planos tan esteticista como cuidada (como esos planos por detrás del jurado, que nos sitúan en plena acción y nos engloban todo el escenario, o esos magníficos picados en los momentos de más tensión y discusión dialéctica). Además elabora una crítica al sistema judicial que aparte de perfecta se sale de los tópicos convencionales. No ataca de frente sino que prefiere hacerlo por los costados, utilizando pequeñas argucias y elementos cómicos que dejan en ridículo el sistema judicial. El juez por ejemplo, pese a su poder no deja estar en constante ridículo cuando es llamado por su chismosa mujer, o cuando pierde los estribos con la bebida. Hay una delirante escena en que Ford deja muy claro las verdaderas implicaciones del tribunal, no desvelaré porque merece la pena verla por uno mismo. Además el guión incluye algún personaje secundario que agiliza la historia.

Pero siendo Ford, evidentemente, también tenemos su mitad Western. Esta parte sale a luz en los diferentes flashbacks que evoca la película y que reconstruyen los hechos por los que se acusa al  personaje interpretado por Woody Strode. Atención especial al primer momento en que Ford se remite al pasado, se apagan las luces de una manera que parece magia pura y con un truco bastante sencillo. Así era el cine clásico.

Por otra parte los temas típicamente Fordianos también hacen su aparición. El compañerismo como muestra de identidad que llena la película entera. Al fin y al cabo es la amistad y la confianza lo que permiten la redención final. El no dejar atrás a un compañero, pese al color que este tenga. Un valiente alegato encarnado entre los dos protagonistas principales. Por otra parte también el honor (militar, recordemos cómo era Ford) hace su aparición. Es interesante ver como uno de los personajes a los que más sentido del deber se le dota es al personaje de Color. No es casualidad, sino una constante de la película, el tratar de dignificar una raza, que como bien se apunta en algún diálogo (cuando seremos libres? Se preguntan algunos soldados del noveno de caballería) está dando su vida (la guerra civil americana) por una causa que aún no se sabe muy bien donde les llevará.

Interpretaciones por otra parte magistrales, tanto de los principales como Strode y Jeffrey Hunters como de los secundarios que desfilan como testigos o acompañantes.

Muchas secuencias e imágenes para el recuerdo, como la silueta de Strode recortada a la luz de la luna mientras la compañía canta la canción del búfalo. O esa secuencia que cierra la película y despeja todas las dudas sobre quién cometió los crímenes.

8/10

Kyrios

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