Claude Chabrol: Accidente sin Huella (1969)

Que la bête meure

Claude Chabrol fue uno de los miembros de la Nouvelle Vague que menos ruido causaba. Seguramente, tener un producción tan amplia (con muchos más títulos que otros miembros de la nueva ola) al no entrar de manera polémica en temas políticos o con algunas inclusiones al cine comercial, como Landru (Landrú, 1963) su cine ha sido revalorizado con menos fuerza que el de otras filmografías como la de François Truffaut o Jean-Luc Godard. Y sin embargo, visionar hoy en día películas como Que La bête meure (Accidente sin huella, 1969) es un auténtico placer cinematográfico.

De hecho, accidente sin huella trata dos temáticas fundamentales en la obra de Chabrol, y lo hace con una potencia pocas veces vista en otras películas suyas. Nos referimos, por una parte a la venganza, eje fundamental del filme, y por otra parte al desgranamiento de las relaciones de una burguesía, mayoritariamente provinciana, con una peculiar visión  de Chabrol que nos muestra en todo su esplendor sus vicios y desafecciones.

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El guión de la película, que adapta una novela de Nicholas Blake (The Beast Must die), y que está coescrito entre el propio Chabrol y Paul Gégauff, nos muestra una película que gira en torno a la venganza que pretende cometer un escritor de best-sellers para adolescentes, personaje que interpreta Michel Duchassoy, cuando en las primera secuencia de la película pierde a su hijo en un accidente de tráfico. El coche que asesina su hijo se da a  la fuga, y la película nos mostrará la evolución y el desarrollo con tal de que el personaje de Duchassoy pueda colmar sus ansías de venganza. Su primera aproximación la hace al conocer a una joven actriz, interpretada por Caroline Cellier, que en realidad fue la copiloto del funesto coche, puente del que se servirá el protagonista principal para descubrir finalmente al asesino, un malvado e incluso podríamos decir que caricaturesco personaje, al que da vida Jean Yanne.

Uno de los objetivos de la película es mostrarnos el decadente mundo de una burguesía provinciana, que se divierte en pequeñas fiestas y comidas familiares, tratando de aparentar sus buenas maneras de cara  a la galería, mientras que de puertas para adentro demuestra su fetidez. Metafóricamente podríamos incluso referirnos a la enfermedad intestinal que padece el malvado personaje que interpreta Jean Yanne, a la que trata de ocultar a los demás, mientras se ve obligado a ingerir una nauseabunda medicina con tal de poder seguir comiendo. Precisamente este personaje es la demostración máxima de los peores escrúpulos que personifica este estamento de poder. No hay ni siquiera un personaje (con excepción de su madre, pero ya nos enteramos de que esta también es un ser pérfido y malvado) que sea capaz de sentir un cierto aprecio por el personaje de Jean Yanne. También es cierto que Chabrol recubre con la máxima capa de maldad al protagonista, y en este sentido nos puede recordar a una caricaturización de la personificación del mal, pero en todo momento el personaje funciona y no acaba cayendo en la estereotipación. Simplemente es un ser malvado, sin ni siquiera un atisbo de bondad.

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En este sentido, una de las escenas más significativas transcurre durante una de las comidas burguesas, que será el primer punto de contacto entre el personaje de Michel Duchaussoy y el de Jean Yanne, done el mundo burgués quedará perfectamente radiografiado por Claude Chabrol.

Y por supuesto, la venganza. Uno de los puntos temáticos más habituales de la filmografía de Chabrol que tiene una importancia crucial en el filme. La venganza es el único motor que sirve como energía al personaje interpretado por Michel Duchaussoy para conseguir su objetivo principal: Aniquilar a los culpables del asesinato de su hijo, y que además se dieron a la fuga. La venganza tiene además un objeto simbólico sobre el que Chabrol otorga un interesante papel, como se trata de un diario personal. El protagonista escribirá en este diario todas sus intenciones, y Chabrol se sirve de él para dos intenciones principales: Una de ellas, informar al espectador de los sentimientos del personaje, pues además la voz en off del protagonista es la que servirá como narrador de lo que escribe el personaje en el diario,y por otra parte nos encontramos con una poética de la venganza que  sólo un director como Chabrol es capaz de presentar.

Porque sí en un primer momento creemos que el personaje de Duchaussoy es lo suficientemente frío para llevar a cabo su venganza, luego seremos testigos de su evolución, al intimar con el personaje de Caroline Cellier, e incluso empatizar con el hijo del personaje al que quiere asesinar (con este personaje comparte un odio visceral hacía la figura que interpreta Jean Yanne). Una compleja red de sentimientos que Chabrol capta con su cámara.

 

 

 

 

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