Ciclo Oscars 2013 (III): Amour (Amor)

amour

Michael Haneke es uno de esos directores que se ha tenido que pelear hasta lograr aparecer en Hollywood. Para un director como el austríaco el reconocimiento es lo de menos, pero se quiera o no, los Oscars ayudan a encumbrar las figuras mundiales hasta en los círculos académicos más cerrados. Ni siquiera tras la gran aclamada La cinta blanca Haneke ha conseguido el reconocimiento de la parte más antigua de Hollywood. Y ha sido Amour, tras tantos años de carrera profesional, el que le ha abierto las puertas al reconocimiento mundial.

El austríaco ha sido un referente a nivel europeo desde siempre. Con su primera película, El séptimo continente, consiguió demostrarle a todo el mundo que si cine, como siempre, es un concepto llevado hasta las últimas consecuencias. No tiene miedo a destrozar a sus personajes ni a hacerlos sufrir. Él, como Erich Von Stroheim, llevará un concepto, una idea o un conflicto hasta el final, y esto se ve posteriormente en su filmografía con títulos como La pianista CachéAmour es también el mismo concepto: el amor llevado a su límite más crudo e irreversible. Y para ello “infecta” a Emmanuelle Riva con una enfermedad que le detiene medio cuerpo, poniendo a su marido en un dilema: ¿abandona su conyúge a su suerte o se queda con ella hasta el final?

Con la cinta que llegó a los Oscars se consigue lo que inicialmente hace con Funny Games, que es reconocerlo mediante una idea original. Sin embargo, es más retorcido y fresco su concepto y su forma de llevar la historia que no su estética o su fotografía. Al contrario que en la cinta donde Michael Pitt es un psicópata de primera categoría, aquí todo es menos artificial y más conservador, razón por la cual Amour entró en los Oscars.

Pero tengamos cuidado. Lejos de toda esa sobriedad, el sello de Haneke está muy impostado. Sigue con su forma de rodar europea y funciona aquí mejor que nunca. Poco a poco, con una explicación pausada de los hechos y contándolo con pequeños matices y detalles. Isabelle Hupert, además, protagoniza una secuencia que deja helado a todo el mundo, y esa conversación con su padre es quizás la conversación que más dice con menos palabras, sobretodo si hablamos del padre. Ese es su segundo sello. A parte de un tempo sin prisas, aparece un guión muy bien estructurado y una dirección bien encaminada.

Otra de las virtudes de Amour es una planificación lenta pero inexorable. Vamos dirigidos, cual drama de Shakespeare, a la irremisible condena del amor en sus fases más críticas. Tanto, que se pone en prueba a la pareja más vulnerable y con el amor más consolidado, a su vez, de todos: una pareja octogenaria que se ha amado desde siempre. Los vemos sufrir y entrar, poco a poco, en el pozo, y el espectador consigue identificarse con Trintignant. También ayuda mucho, sin embargo, una enorme interpretación de Riva, quizás la mejor entre las nominadas a esa edición de los Oscars

Pero en este contexto también queda un punto concreto: su sobriedad. Si bien es algo que beneficia a su película y a una puesta en escena en pos de una idea, su aportación, aquellos espectadores que vean la cinta y no estén acostumbrados a ese ritmo les podría venir en contra. Su cine inteligente, amante de los detalles para explicar una historia, también pesa al espectador más habitual, quien puede acusar ese esfuerzo. La sensación final es que esa sobriedad quizás es demasiado académica para un hombre que ha hecho películas mucho más rompedoras. ¿Buscaba los Oscars? Es posible, y eso le lastra a largo plazo, pero no quita que sea una película notable.

 

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