La Campana del infierno (1973)

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Desgraciadamente, La Campana del Infierno (La Campana del Infierno, 1973) ha pasado a la historia del cine español dentro de la categoría de películas malditas. Su director, el joven cineasta Claudio Guerín, quien sólo había realizado un par de películas anteriormente, falleció trágicamente durante el rodaje, cayendo del campanario donde se estaba rodando una de las tomas del filme. Precisamente, la iglesia donde se estaba rodando dicha secuencia, ya arrastraba consigo una leyenda negra. El cineasta Juan Antonio Bardem fue el cineasta llamado para completar los últimos detalles. Pero dejando el halo misterioso y trágico, lo cierto es que La Campana del Infierno es una de las mejores películas de terror que se han rodado en España.

Y puede perfectamente, que el filme sea la excepción que confirma la regla. Digo esto porque la película de Guerín poco tiene que ver con las películas de terror españolas que se estaban realizando en aquellos momentos, lo que posteriormente se conocería como un subgénero propio, el fantaterror (Que tiene a Paul Naschy como mayor icono). Más bien al contrario, el filme de Guerín es realmente inclasificable, donde predomina el tono onírico y la vertiente psicológica, mucho más que la mascarada o la leyenda folklórica aderezada con efectos especiales de serie B, tan prototípicas del subgénero.

Ya para empezar, el inicio es totalmente desalentador para el espectador, que no entiende lo que está viendo. En una secuencia extrañísima observamos a nuestro protagonista, interpretado por Renaud Verley, quien sale de un extraño lugar (luego nos enteramos que se trata de un hospital psiquiátrico) para volver a ver a lo que queda de su familia, tía y sobrinas (no es casual que lo que le resta sean todo miembros femeninos). Sin embargo, la relación entre el joven y los demás protagonistas no es ni muchos menos una relación amistosa. Poco a poco, el espectador irá descubriendo algunos aspectos espeluznantes.

La atmósfera surrealista del filme está tan bien elaborada que es en este aspecto donde se nota la diferencia con otras películas coetáneas de terror. Por ese mismo motivo, uno no puede parar de preguntarse qué habría sido de la carrera de Guerín si no se hubiera interrumpido de manera tan desgraciada. La puesta en escena no parece la de un director novato, sino todo lo contrario de un director veterano que se está divirtiendo experimentando con diversos recursos cinematográficos, que demuestran la influencia de corrientes cinematográficas coetáneas. La descripción del pueblo, aunque apenas tenga una importancia crucial, está perfectamente desarrollada por el cineasta. Buen ejemplo es la secuencia de la caza, donde el cine de terror y el de toque personal de cineastas oníricos como el de Buñuel se mezclan. Lo que aparentemente parece una secuencia pasajera, como es el encuentro entre una joven y unos cazadores, se acaba convirtiendo en una muestra oculta de la pulsión más instintiva del ámbito rural. Por eso mencionaba Buñuel, quien era muy dado a utilizar este tipo de secuencias aparentemente absurdas e incoherentes con la trama principal, pero que en realidad guardan un sentido mucho importante. Con Sólo esta secuencia, el director es capaz de reflejar el estado de una comunidad, en este caso, un pueblo corrupto hasta las entrañas.

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La película también tiene un claro mensaje de confrontación ideológica entre varias generaciones. El protagonista es una clara alegoría de la nueva juventud española, mucho más abierta de mente que la de sus antecesores. En cierto momento del filme, el propio protagonista principal asegura haber practicado el sexo libre fuera de Europa, mientras que su actitud choca frontalmente con las anquilosadas tradiciones rurales. En contraposición tenemos el tiránico personaje interpretado por la actriz sueca Viveca Lidfors quien nos evoca incluso al personaje principal de la célebre obra teatral de Federico García Lorca, la Casa de Bernarda Alba. Nuestra protagonista es la encarnación de los valores más tradicionales, como constantemente nos demuestran los diálogos en los que le espeta al joven las temeridades y vicios que le han llevado hasta su situación. Es evidente que el cineasta nos introduce entre la relación de estos dos personajes algo más que para un recurso narrativo, sino que tiene claras connotaciones políticas, pues se puede comparar perfectamente las diversas generaciones del filme con las mismas que e

Evidentemente, también nos encontramos algunos defectos, aunque ciertamente menores. Quizá se puede afirmar que la película tiene una lírica que en ocasiones se acaba desbordando y el argumento peque de ser excesivamente recargado.

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